Eliminar barreras para que todas las personas puedan estar en las clases, sin distinción de género, orientación sexual, origen étnico o social, lengua, religión, nacionalidad, situación económica o discapacidad, es el reto de la educación inclusiva.
En este proceso, el primer paso es identificar las barreras mentales que impiden el acceso universal a la educación para crear contextos equitativos y eliminar los temores y sesgos que impiden la igualdad de oportunidades entre los compañeros, docentes y familias.
Parte de esta tarea, es identificar qué personas de la comunidad están en riesgo de exclusión, cuáles son sus necesidades y las formas de proteger sus derechos.
Paso seguido, se deben incorporar cambios en el plan de estudios, la metodología, los materiales didácticos y los espacios físicos para que sean aptos para todos.
Lo anterior, suena como una labor titánica, pero no. Existen estrategias y acciones muy concretas para lograr la transformación con criterios de accesibilidad para que personas diversas puedan comprender, interactuar y aprender en un mismo espacio.
Una de ellas es el diseño universal, es decir, propender formas de comunicar con recursos,, formatos y lenguajes diferentes (textos, gráficas, videos, actividades prácticas para todos).
Pero más allá, focalizar el proceso de aprendizaje en las habilidades y no en las limitaciones o diferencias; a partir de ahí, tener como base un concepto: la adaptabilidad.