Un tapete a mil metros de distancia puede indicar que una persona tuvo una caída, una manilla puede generar una alerta a un familiar o a un médico para indicar que un paciente tiene un incremento en su niveles de azúcar, presión arterial, oxígeno o frecuencia cardiaca; a través de una pantalla se puede vigilar que las vacunas y medicamentos, que necesitan refrigeración constante, no sufran alteraciones en su proceso de enfriamiento; una videollamada resuelve una atención médica sin desplazamientos, ni contagios; y con aplicaciones para celulares, se recuerda la toma de un medicamento, se monitorean signos vitales y se hace seguimientos a un embarazo, a los estados de salud mental, de rehabilitación o al sueño.
Los anteriores ejemplos evidencian los beneficios concretos del monitoreo remoto, que además genera grandes ventajas colaterales como el incremento de las oportunidades de comunicación entre los pacientes y médicos, la autogestión, los cuidados paliativos, la vida independiente, la adherencia a los tratamientos médicos, la disminución en la demanda de los servicios de urgencias, la eliminación las barreras geográficas para atender zonas alejadas o rurales, la organización de las remisiones a instituciones según la capacidad y disponibilidad, entre otras situaciones que a la larga reducen los costos asistenciales del sistema de salud a favor de la vida.
La internet, la georreferenciación, las teleconferencias, los software, las aplicaciones y otros avances tecnológicos para recopilar datos fuera de los entornos tradicionales y presenciales, han catapultado infinidad de servicios médicos a distancia.